martes, 12 de enero de 2010

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¿Cuál es la luz que atraviesa por el vino?
Algún día todos soñamos por cosas que para nada nos son familiares, algún día pensamos también que todo lo que nos ocurre tiene una razón más allá de la simple estética o destino. Cuando volví a encontrarte como por accidente invocado pensé que sería más difícil, pero no fue así. Solía pensar en ti como mi nadie más simpático, uno de los tantos nadies que aparecían como fantasmas hasta que te convertiste en tú. Y eso justamente fue lo que nos asustó. Jugar a hacernos los listos durante tanto tiempo nos dio justamente lo que no queríamos tomar a cuenta en ningún momento: Tiempo juntos.
Recuerdo que juramos que jamás pasaría nada, que jamás te vería ni me verías como un algún o un algo, dijimos muchísimas cosas harto estúpidas que al final terminamos asesinando por debilidad. Cuando dimos vuelta atrás vimos a todos los que habíamos dañado en el juego de no hacernos un alguien el uno para el otro y a diferencia tuya yo si consideré a los demás.
Me sorprendí de que recordaras que cada año se cumpliera el adiós de Sócrates y que ese día exactamente voy a comer al mismo sitio a las nueve de la mañana. En la noche no pude dormir acordándome de ese gato que se tragaba mis fantasmas y mis pesadillas, estaba con cara de cárcel sentado sobre la barra tomando mi café cargado diario y de pronto cuando me di cuenta que esa sombra llevaba más tiempo de lo común cubriendo mi silueta, levanté mi vista y me quedé perplejo.
Eras tú con tu cabello corto, con esa misma mirada verde opalina y aroma a cigarrillo de caballero vetusto arropado por chalinas hindúes.
Quizá esperabas más palabras, quizá más plática después de tanto tiempo, pero mis palabras para ti se han agotado, escribí noches enteras sobre quién eras y cómo hacerte nadie, escribí mil veces tus obituarios para decidirme a desaparecerte y de pronto tras cuatro años de ausencia te aparecías reclamando mi silencio total.
Alguna vez me dijiste que el vino tiene un sabor terrible, hoy me doy cuenta que el que vinieras me dejó de vuelta el vaho de todos aquellos que dañé por jugar a ser magnífico junto a ti. -Vino, vine, tiempo vano...-
Te sentaste intentando imitar alguna imagen de película romántica, alguna pintura de arte moderno en la que se retratan paisajes costumbristas ideales en lugares cincuentones, inclusive te vestiste como si alguien nos fuese a retratar.
Me sonreíste y pediste un café cargado con tres de azúcar e intentaste platicarme algo.
¿Pero que cuentas a un completo desconocido?
Comenzaste a reír y a recordar cosas que según tú valieron la pena, inclusive reíste de mi afán por ir cada año a luto de Sócrates a ese restaurante a recordarlo en solitario y silencio, a pesar de no recordar cosas como mi cumpleaños ese día si lo recordaba, me dijiste que me veía más grande, más hombre de lo que recordabas era yo.
A través del ventanal la luz matutina no se observaba, no existía para nada la luz solar, era un día frío; recuerdo cuando aquella vez me dijiste que el vino sabía horrible y lo pusiste a contraluz, tu cara parecía ensangrentada, quizá malévola y pícara, por eso disfruté conocerte, porque la naturaleza misma me platinaba desde entonces que tú eras un perfecto caso para olvidar algún día.
Esta vez el Sol no te ayudó en nada, no llegó a salvarte, ni los recuerdos ni lo que algunos llaman pasado, se quedó tu piel el blanco como un día nevado esperando letras recorrer por tu insípida piel. Vi tu cara y tus ojos vanos y egoístas, vi tu risa destructora y escuche tus frases típicas y aburridas.
Estaba frente a un muerto en vida.
Quizá olvidé quien eres tú, y quien yo en aquel entonces, no era el mundo el que nos sonreía, eran mil moribundos aclamando por luz y nosotros creíamos ser esa luz.
Recibimos elogios de gente que jamás supimos quién fue, ahora tras años, sigues viendo el espejo y esperas que en la calle el resto de la gente siga viendo lo que por algún motivo astronómico desconocido nos sucedió en aquel entonces. Ves el espejo y te cepillas con un peine de caoba al que hoy en día le hacen falta muchas cerdas, las lágrimas dejan fuera de foco tu imagen, que aunque no lo quieras envejeció ya también.
Y en las noches recuerdas la época en la que devorábamos al mundo y a las personas, piensas que quizá eso podría volver a pasar.
Tristemente yo no estoy aquí por esos recuerdos, tampoco extraño esos días ni me da nostalgia el pasado.
Tristemente para ti, hoy solo vine por mi taza de café americano cargado.

2 comentarios:

  1. oye socrates era el nombre de tu gato no es asi??
    bueno compartia nombre con aquel filosofo griego.
    Por alguna extraña, o talvez no tan extraña razón, las veces que eh leido lo que escribes me haces sentir que estoy leyendo una parte de mis recuerdos; aveces espero un reencuentro como el que describes, tengo las palabras que dire, pero al final se que no las pronunciare.
    Jajaja ya me desvie un poco, en general y asi de simple me gusto.
    Que estes bien! :)

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  2. así es. Sócrates fue mi primer gato, a ese le sufrí mucho.
    Puede que sean parte de tu pasado o que solamente te identificas con lo que creo vale la pena contar, eso no lo sé.
    en el humano lo más común es eso, no decir lo que se quiere, el valor es el resultado de todo lo que no conocemos. Cuando no sabemos que sucederá-como en este caso para ti, decir lo que quieres por miedo a la respuesta-es dificil tomar valor para realizar y decir aquellas palabras. Gracias por seguir leyendo.
    igual tú espero estes bien.

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