miércoles, 20 de octubre de 2010

El estafador.

La oficina tenía un olor desagradable, aunque no sabía si venía del encargado de contrataciones o si se trataba de algún tipo de aromatizante de pachuli escondido debajo de su escritorio. El hombre tenía todo el estereotipo de un empleado de oficina con cargo mediano y nulas posibilidades de crecimiento tras treinta años de trabajo constante y mediocre. O quizá no era un lame suelas como lo pide este tipo de trabajo para aquellos que buscan conseguirse en un empleo detestable alguna oportunidad de crecimiento.
Pero cuando uno lo veía a conciencia, podía darse cuenta que tenía toda la pinta de un gran perdedor y no que su situación era resultado de un carácter con bolas: Estaba calvo, tenía lentes de fondo de botella, usaba un traje gris con camisa blanca y corbata amarilla a rayas verdes. Tenía en su saco un letrero metálico que decía Tomás A. Valdez.
Debajo del escritorio en un resquicio del diseño del mismo se veían sus calcetines verdes con zapatos lustrados color café y en un cuadro colgado en la pared que estaba a sus espaldas se veía una fotografía con un modelo de avión del ejercito de los Estados Unidos de la segunda guerra mundial. Sabía que era de esa época porque mi padre había sido soldado y me había hartado toda la infancia con la idea de lo que es un hombre justo y servil.
Además tenía una colección de ranas repartidas al azar y sin ningún buen gusto por la oficina; en el escritorio tenía cuatro: una taza con bolígrafos y una rana con aspecto de resaca dibujada en ella, dos figuras de porcelana de ranas fumando tiradas en pasto y una en el librero de una rana pescando en un estanque. Además tenía carpetas tejidas para cubrir los muebles, las había blancas, azul cielo, rosas y amarillas, esto me hablaba en exceso de los traumas e inseguridades que este tipo se cargaba en las espaldas.
Este era el momento de poder que el encargado de contrataciones tenía sobre todos los que se presentaban al lugar quizá era su momento cumbre en el trabajo, mi deber era hacerme de su simpatía para soltar el primer zarpazo y dar el paso más importante para hacerme con mi nuevo empleo. Ya sabía que para este tipo de hombres contratar a alguien que tendría un puesto superior al suyo no representaba tarea agradable.
-¿En qué le puedo servir?-Me preguntó el hombre mientras cruzaba las piernas en un aspecto de poder y juntaba sus manos en ángulo intentando intimidarme, seguro había al igual que yo leído el libro de Poder en el empleo de Michael Stevens.
Bueno, vengo a pedir informes sobre el puesto de gerente que salió en el periódico-
El hombre se acomodó sus gafas.
-¿Trae su currículo?-
Entonces revisé en mi maletín, tenía ocho currículos listos, todos con nombre y perfil distintos; siempre en ese momento pensaba que si algún día entregaba un currículo con mi historial real estaría horas más tarde comiendo composta en la prisión estatal.
Si algo sabía de mí, era que se me daba con gran soltura el arte de mentir, recordé en ese instante todas las veces que había mentido a mi padre, que a pesar de ser un soldado no se daba cuenta de mis mentiras que cada vez fueron más graves.
Nunca sentí vergüenza ni culpa por esto, de hecho desde pequeño me supe un rufián descarado, cada que mentía veía a mi padre como un ídolo, no podía creer que el jamás lo hiciera. O al menos no que yo me diera cuenta.
Encontré entre los currículos uno que se adaptaba perfectamente a la situación; decía Ray Murray.
-¿Ray Murray?, ¿De casualidad?-
¿Ah?, bueno, si…-
-¡Dios santo! ¿Es usted su nieto o algo así?-
De hecho soy bisnieto, pero ya sabe, la familia está orgullosa-
-¡Caray!, el gran Ray Murray, ¿le conoció?-
Poco, murió cuando yo aún era un niño- Dije sabiendo que mi mentira había surtido efecto.
-¡Bueno pues!, su apellido es mi garantía señor, no podría rechazar al bisnieto del que es mi gran ídolo, déjeme estrechar su mano. ¡Bienvenido!-
Me levanté y estreché su mano con fuerza, recibí su efusivo abrazo y después me citó al día siguiente para comenzar mi trabajo de gerencia en el Banco North Camptown.
Ese pobre diablo no sabía que había cometido el error de su vida...

REmi ike.

martes, 5 de octubre de 2010

un mundo sin voces.

Me da miedo pensar que un buen día despertaré completamente solo. Que las sillas estarán vacías, las camas destendidas, las teteras hirviendo hasta que consuman toda su agua, los cafés enfriándose, los periódicos sumidos en una calma agonizante, esperando ser leídos al igual que libros que se seguirán llenando de polvo tras los aparadores sin nadie que los vea.
Que el metro de la ciudad se olvide y se quede ciego en el subsuelo quizá dando vueltas por la eternidad y que en mi silencio escuche el palpitar de mi corazón, ignorado hasta ese momento y que él, entonces se vuelva mi mejor amigo.
Haré como que nada pasa, caminaré y también iré de compras, me faltaran unas monedas para pagar el último artículo y entonces, apenado lo devolveré a su estante con la cara roja de pena.
Imperarán recuerdos de rostros que recordaré borrosos, fuera de foco y tomaré fotografías a estatuas, viviré con estatuas para no estar solo, hasta que un buen día despertaré con ese mismo silencio y entonces inmóvil me daré cuenta que soy una estatua también.

IKE