lunes, 27 de diciembre de 2010

Otoño-

Siempre pensé que mi madre me amaba incondicionalmente, que yo era el amor de su vida, que me adoraba como aquella niñita de zapatos rojos y coletas de mariposas que le regalaba dientes de león todos los domingos en la tarde. Lo pensé hasta que mi padre murió -quizá demasiado viejo- y yo tenía casi cuarenta años.Entonces ella, vieja como los árboles se sentó frente a un espejo a observar cada estría en su cara como si fueran carreteras que le indicaban el camino para salir de su agonía. No comía, no bebía, solo observaba a lo lejos.
Mi madre estaba conmigo, estaba tan triste que ese día se sentó frente al espejo a esperar la muerte...

miércoles, 22 de diciembre de 2010

No me gusta la navidad.

El motivo de este texto no es arruinarle su bonito festejo estimado lector, tiene como único propósito desvainar mi repudio ante un festejo, que más allá de cualquiera de las cosas que se dicen mil veces, -que es comercial, que debería ser todo el año, que es malo gastar lo que no se tiene, que los que no tienen sufren de más estas fechas, que es la época en que más gente se suicida, etcétera- lo cierto es que a mí me entra el pánico de los finales y la nostalgia de darme cuenta que efectivamente todo lo que inicia se termina un buen día.
Hace un año estas fechas resultaron feas, simplonas para mí, en mi trabajo poco se permite el asunto de empaparse con festividades-cualesquiera que sean- y lo único que viví de la navidad fue el hecho de cenar con mis papás ese día en un ambiente demasiado incómodo y silencioso. Días antes todo me había parecido vulgarmente normal, mucha gente en todos lados, muchos lados a los que no quería ir, al final un recuento de balance moderado del año (tampoco le diré que pensaba que estaba muy mal, había disfrutado cosas), y un gran sentimiento de vacío que se traga mis ilusiones del próximo año quizá porque ahora soy más incrédulo que antes.
No le voy a vender que este año fue terrible, tuve cosas buenas, bonitas, y algunas baratas, conocí cosas y desconocí cosas de mi propia persona, logré metas que más que imposibles veía como modos de más distracción para el año que se viene.
Al inicio del año estaba invadido de una depresión inmóvil que yacía en mi persona como un arropajo de sentimientos escatimados a miedo de cobrar una factura de mayor precio del que creìa.
Como modo de vida prefiero callar cosas que me resultan soportables y reclamar aquellas que no puedo guardar, 2010 fue un año divertido, de movimiento en el que quizá tomé más té que nunca antes (que me ame LAGS) y dije más cosas en las que no creía para evitarme líos de ser yo mismo por mero encantamiento egocentrista.
Dejé de ver a mucha gente y por primera vez cuando me vi en el espejo asumí que ya no soy un niño y acepté ver mis arrugas y mi cara demacrada por el par de años de más que se me han venido encima a mi real edad desde que trabajo.
Hace dos años estaba orgulloso de trabajar, mire que se me hacía sorprendente darme cuenta de mi valía laboral y ese había sido mi gran logro, tener la posibilidad de elegir mi camino sin remordimientos; hoy sé que el trabajo es necesario pero no lo gozo, no es que sufra por él, claro que me da satisfacciones más allá del dinero, pero algunas veces también siento que ese trabajo ya es más mi responsabilidad social que algún modo de sustento. Tantos días, tantas horas, tanto tiempo, tantas letras y tanto café han hecho que mi trabajo se convierta en una gran nada.
Este año vi mi banda favorita "AIR" y el concierto se me hizo bueno, tambien a Arcade Fire, a los Flaming Lips y a mi hermano Damián con Nosllamamos en el Vive Latino (aunque no los vi todo el tiempo por razones que no le contaré), me enfermé a un grado que jamás había estado y me sentí re mal en realidad. Sufrí una época de grandes crisis de migrañas que minaron el cierre del año y por último perdí la confianza en personas que creía muy mías por lo que si hiciera una gráfica de mi año esta sería como una montaña. Estos últimos meses parece que todo va en caída libre y puedo decirle que no me han gustado, estos últimos tres meses desearía enterrarlos en el baúl de lo extraviado y quedarme con el resto, que esa es una escalera de ascenso y logros personales. Algo que odio de fin de año es la plática de mi padre que parece muchas veces necesaria de qué te quedas de este año y qué esperas del próximo: de este año me quedo con sonrisas y diversiones, con mi gente (la que sigo sintiendo como mi gente) y con el sentimiento de protector que me hizo pensar que quizá no era tan egoísta.
Lo que quito de este año es mi enfermedad, la migraña, las mentiras y la pérdida de confianza que desató una serie de sucesos desagrabilisimos y mi vuelta a la omisión de la verdad para evitar herir suceptibilidades. Del inicio de año al día de hoy me queda el sentimiento de vacío y soledad, la felicidad de haber terminado dos novelas pendientes y la certeza de que la muerte y la vida tan de la mano van que nos señalan a cada momento más como maldición como un destino. Todos moriremos y es ese el destino escrito del que nos hablaban algunos poetas. Este año reafirmé ideas en mí que quizá no agraden a mucha gente, pero que sin embargo me demuestran que la verdad es verdad aquí y en China aunque esta misma no provoque sonrisas.
Este año me reencontré con amigos y huí de otros, enseñé cosas y aprendí otras tantas. Quizá mi balance es más positivo porque no esperaba nada del año y me quedo con unos cuantos recuerdos bonitos que quedarán ahí para siempre. Los hombres somos momentos, no más que eso, al igual que nuestra vida dura un instante, dentro de ese tiempo tenemos el espacio para hacer de nuestras mentes lo que deseamos o al menos intentarlo.
Lo que espero del año que viene es que estos ciclos que son la vida sigan avanzando lentamente, espero enfermarme menos y ser iluminado por la verdad para descubrir las razones de mi ser, para aceptar los caminos que la vida me ponga y para alejarme de los que mis pasos digan que ya no son necesarios para mí.
El fin de año es un pretexto para hacer memoria de las cosas que sucedieron, extrañamente este año muchas de esas cosas son como fantasmas atormentando mi paz interior, le repito, ha sido un año grandioso, pero ahora es como una caída libre de la que nadie me salva.
Entonces, cuando mi padre llegue a mí y me pregunte que espero del próximo año mi respuesta será que espero que sea más plano, sin tanto altibajo, no soy un tipo aventurero al que le guste lo extremo, si me pregunta la felicidad para mí es la paz, es eso mero lo que busco. No quiero fama, dinero ni admiración. Tampoco espero sucesos inesperados que modifiquen el rumbo de mi vida ni más enfermedades que minen mi tiempo con suspiros de tristeza por darme cuenta cuán frágil es la vida. Quiero paz, silencio y olvido.
Quiero que el otoño me salude y me refiera a despedidas para sentirme en ambiente con el entorno. Quiero una primavera silenciosa y verde que se me muestre como un gran lugar para descansar.
Quiero momentos de hipersensibilidad feliz para escribirle y para que usted sienta que está haciendo algo útil con su tiempo cuando me visita.
Quiero dejar de pensar en mi futuro y enfocarme en el presente.
Quiero más cafés sin aroma a cigarrillo y paisajes inmensos que me recuerden que no soy más que una pequeña sombra.
Letras, quiero que lleguen y salgan de mí como si fuera una fuente de ellas, quiero cerrar los ojos sonriendo y pensar en mí como un ser y no un estar.
Hoy, a nueve días de que se muera el año no tengo ánimos de decirle nada más al nuevo que viene, al igual que el año pasado y el antepasado me quedo con un balance positivo gracias a mis letras y nada más.
Quiero lluvias en solitario y felicidad para mis amigos.
Quiero que mi gente siga ahí y esté bien.
No quiero "a pesares", quiero muchas más sonrisas y calma de la que pueda soportar.
Quiero romper algo con mis manos y con mi furia y quedar tirado en el piso agotado con una sonrisa en la cara jadeando de gusto. quiero que Dios se olvide de mí unos meses y me deje vagar libremente -aunque me autodestruya en el intento- perderme de su vista y ver qué puedo hacer con libertad.
Quiero que acabe el año y que el otro me reciba con una mañana tranquila y cálida que me diga que efectivamente tendré la paz que tanto añoro.

REmi
diegrocker@att.net.mx

viernes, 17 de diciembre de 2010

Tragedia explosiva.

Somos muerte, luz y sombra
testigos mudos de esa
nuestra propia vida.

Sabemos morir pero en la vida,
no sabemos vivir,
somos esclavos y víctimas
de un glande que
a punto de explotar nos olvida
y piensa en el mañana
sin pensar en nosotros.

Recostada sobre tu existencia vana
embisto como toro al abismo
y me convierto en un pedazo de abismo.

Soy un asesino de momentos,
un asesino serial.

Me olvido de ti, de mí
y ahí en el rincón cálido
de tus sombras secretas
solo está mi explosión y tu muerte.

Y después de la explosión
somos muertos, dos muertos
tras una tragedia que solo deja
soledad, lamentos y olvido.

Nos acordamos de cómo estar muertos
y muertos nos morimos de frío y de sed.

Y deslumbrados por la luz del impacto
somos sombras, muerte y olvido.

DPMCH

jueves, 16 de diciembre de 2010

Muerto en vida

A momentos venían entre sueños o alucinaciones esas horribles imágenes del accidente, la última mirada a su esposa, la vista de reojo a su niña dormida y apacible; después venían la confusión y el dolor en medio de la inconciencia. Para él eso duró muchas vidas, para su madre y hermanos a pesar de una realidad de tres meses en coma, esto fue más tiempo.

Esa mañana comía a mano de la cuchara que su madre cansada le administraba desde su apoplejía. Era un bulto insufrible, parecía una muñeca para niñas fastidiosas. Abría y cerraba los ojos, movía una boca despojada de todo sonido, respiraba inconcientemente y lo que más vivo lo hacía parecer era una esporádica tos flemática, que acababa en un insípido lagrimeo. Si le preguntan a su madre, hubiera preferido que él muriera.

Saúl solía ser atlético, un hombre con el gesto fuerte, bastó un accidente automovilístico para demostrar que todo aquello no era tan cierto. No solo perdió a su esposa e hija, también una pierna y tres dedos de la mano derecha, a veces olvidaba lubricar sus ojos y se hundían en la sequedad, una mirada perdida tanto de fijación como de brillo.

En el fondo, aunque indemostrable socialmente estaba destruido, no quería vivir más. Parecía un muerto, su cara estaba manchada de un puré de zanahoria con sabor detestable, añoraba la muerte, pero para su desgracia, no solo era incapaz de provocarla, hoy no podía siquiera pedirla piadosamente, estaba mutis de por vida, perdido entre recuerdos confusos; algunos pérfidos, y otros esporádicos, centelleantes entre una conciencia insípida y cruel.

La cama era la de su padre, estaba gigante, olía rancia, constantemente veía los muñones de sus dedos, era incapaz de sentir pena por si mismo, ya la gente sentía demasiada por él. La habitación a veces parecía inmersa en un vacío temporal: la cortina jamás se movía, la televisión estaba apagada mucho tiempo, no sentía su cuerpo, había olvidado el llanto como recurso.

Movía los ojos, pero sin demostrar interés ni capacidad alguna de ubicarse en lugar, tal vez ya era la falta de interés por mostrarse vivo, tal vez ya no podía, a ratos cuando ocurrían las visitas de sus hermanos, era sentado sobre el sofá que había sido de su padre también; invariablemente estos desistían a los pocos minutos, de establecer al menos un relato, por la falta de atención que él les demostraba. Ante esta señal, su madre, para olvidar aquel peso, invitaba un café en la sala a la visita cualquiera que fuese; de la cual el gemido lastimoso que no se camuflajeaba tras las paredes, era escuchado claramente, él se sabía un peso para los que decían apreciarle.

En las charlas que escuchaba sobre él, a lo lejos, en la casa casi silenciosa, en vez de escuchar la pregunta: ¿por qué le pasó a el?; repetidas veces escuchaba de la boca de quien ahora hacía todo por él, el reclamo sin piedad: ¿por qué a mi?

Saúl jamás entendió ese ímpetu en mantenerlo con vida, si así la podía llamar, tenía mucho tiempo para pensar, a un lado del televisor la imagen de cristo y de la virgen de los remedios, ambos con cara de mártires, los odiaba y no era capaz de tirarlos por la ventana como deseaba hace mucho tiempo.

Un día, su madre abrió el ventanal, vio niños jugando en la calle, riendo y gritando, ellos eran capaces de hacer todo lo que Saúl no, se recordó de niño, sintiéndose superior a sus hermanos, sabiéndose más fuerte, siendo un poquito cruel con ellos. Disfrutando de ello.

Siempre quiso ser el más grande, siempre fue el más útil, las lágrimas no volvían a sus ojos, pero las sentía ahí, apunto de salir, perdidas por algún lado. La hora del baño, o el cambio del pañal acababan con toda su dignidad, peor aún, ese gemido no salía, se lo tragaba y este impune lo mataba noche tras noche.

Desde hacía dos días su madre había perdido el interés por contarle las buenas nuevas del mundo, aquél hijo mayor que se había encargado de la familia a la muerte de su padre, hoy no era más que un vil estorbo, que parecía pedir piedad.

Perdido, entre momentos en recuerdos y otros en la dura certeza de la actualidad, concebía su realidad y se consumía cada vez más, durante el baño se había caído dos veces ya y la última navidad mientras escuchaba el alboroto de todos, él se encontraba en silencio, en la semipenumbra de una lámpara con media luz, viendo la luz del alumbrado publico y la casa del vecino adonde todos vivaban por su felicidad. Pensó en cuanto esta fechas le gustaban a su hija, miro la melancólica calle solitaria, vio el viento mover a los árboles, escuchó a su familia festejar. Al final de esa noche algunos no se habían siquiera acordado de entrar a su habitación a despedirse.

Saúl ya era partidario de la negatividad desde antes de su accidente; muestra de ello, fue la discusión que tuvo con Magda el día de su accidente. Aquello calaría hondo en su mente: le pedía el divorcio frente a su hija aquella noche, como resultado, un estruendoso choque con otro automovilista.

La mañana de su cumpleaños cuarenta, vegetativo como siempre, con la luz cegadora del sol primaveral, recibió después de mucho tiempo una atención particular en especial: un gato blanco con ojos verdes al que su madre llamó Cicerón.

El gato dormía horas acurrucado en el lecho de Saúl, miraba atento la calle, también a Saúl y afilaba sus uñas de vez en cuando en las colchas, se lamía el cuerpo y se impacientaba cuando veía aves paradas en la ventana. El hombre hizo un juego cruento dentro de su cabeza: deseaba que Cicerón matara a todas las aves, quería verlas sufrir y morir, al hombre le angustiaba ver su partida repentina, su vuelo, su libertad.

Y Cicerón lo entendía, los despedazaba con sus afiladas uñas, les cortaba la cabeza y Saúl se sentía complacido con esto. Ese era un buen gato, siempre pensó.

Entonces pensó su siguiente deseo: quería que la virgen y el cristo se rompieran. Y durante días lo único que obtenía eran más pájaros muertos.

Hasta que un día uno entró a la habitación y se posó sobre el cristo, Cicerón lo tiró y en su lucha también a la virgen, ambos se rompieron y Saúl se sintió feliz, libre de todo ello a lo que jamás había querido en verdad.

Su madre entró y vio aterrorizada la imagen, recogió con cuidado las piezas de las imágenes, Saúl logró divisar que el corte en las cabezas de porcelana eran perfectas. La vieja se echó a llorar sobre el sofá, miro a Saúl y le dijo despojada de toda consideración que Dios los había abandonado. Saúl, sin saber por qué, deseo llorar y no pudo, el gato huyó asustado, vio el lagrimeo de su madre, de algún modo ellos tenían la culpa.

Escuchó a lo lejos la tunda que le dieron a Cicerón, esas paredes no cubrían nada, su llanto jamás corría, ya tenía demasiado adentro de si y nadie podía hacer algo por el pobre hombre, nadie sabía nada.

En los siguientes días vio aves postrándose en la ventana, vio a Cicerón deteniéndose ante su impulso natural, había sido prontamente condicionado. Lo vio impacientarse y tragarse ese deseo, era como el mismo cuando no podía salir, cuando no podía hablar, cuando no podía llorar. Le había arruinado la vida a otro más, pensó.

Entonces deseó con todo su corazón, el gato lo miró y se acercó lentamente, le atendió tranquilo. Comenzó a ronronear, se talló contra sus muñones, el tiempo al parecer se detuvo de nueva vez. Saúl recordó aquellas espantosas imágenes, sintió todas esas lágrimas que no salían adentro de su cuerpo. El gato se tallaba contra su cara, le impedía respirar bien. Vio las figuras religiosas pegadas y maltrechas que su madre había vuelto a acomodar, se notaban tristes y espantosas, parecían deformes como él mismo. El viento sonó con el crujir de las hojas, les estaba dando una lenta paliza.

El Sol se metía en un abismo inalcanzable para el hombre, tuvo el cuello de gato en su nariz, abrió la boca y con todas las pocas fuerzas que guardaba, mordió la yugular de Cicerón. Sintió su sangre cálida mojarlo, sintió los rasguños del gato en su lucha por huir, sintió el crujir de su cuello, escuchó su estruendo. Después lo soltó y lo vio inerte como el mismo estaba hace mucho tiempo.

Su madre entró corriendo, vio el cuadro, era muy gris, el Sol justo en ese momento desapareció.

Su madre se tiró al suelo, se tomó la cara y lloró como loca, su maquillaje corría, el horror se apoderaba de su demacrada cara, y renacía cada vez que miraba lo ocurrido.

Se levantó, miró a Cicerón, después la boca ensangrentada de Saúl, sus ropas teñidas de sangre, toda fresca y cálida al contacto. Le propinó una bofetada muy fuerte al hombre.

Este al fin pudo llorar, se sintió un poco aliviado mientras la sangre comenzaba a coagularse.


Este cuento tendrá unos cinco años querido lector.
Se lo comparto con cariño.
DPMCH