lunes, 27 de diciembre de 2010

Otoño-

Siempre pensé que mi madre me amaba incondicionalmente, que yo era el amor de su vida, que me adoraba como aquella niñita de zapatos rojos y coletas de mariposas que le regalaba dientes de león todos los domingos en la tarde. Lo pensé hasta que mi padre murió -quizá demasiado viejo- y yo tenía casi cuarenta años.Entonces ella, vieja como los árboles se sentó frente a un espejo a observar cada estría en su cara como si fueran carreteras que le indicaban el camino para salir de su agonía. No comía, no bebía, solo observaba a lo lejos.
Mi madre estaba conmigo, estaba tan triste que ese día se sentó frente al espejo a esperar la muerte...

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