No sé que tengo en mí, no sabría decirles con exactitud en cual proporción existe lo odioso, lo retraído y torpe en mí.
Ayer después de mucho tiempo, disfruté del centro en solitario, por primera vez en mucho tiempo volví a disfrutar de la música y de la idea de perderme en calles desconocidas que se aparecen frente a mí como un laberinto interminable e infranqueable.
Lugares opacos que cuando los recorro comprimen mi pecho, dificultan mi respiración, siento temor y me regocijo, disfruto de algo que me hastió hace un tiempo, pero que de entrada es mi innegable naturaleza.
Veo a unos jovencitos (no es que yo no lo sea), escuchando música de Hello Seahorse y recuerdo cuanto detesto a esa banda, los veo encantados con cosas que por simplonas no disfruto ni un poco y me echo a reír.
¿Adónde se me fueron estos momentos de quietud en los que me dedicaba a pensar en las letras?
De pronto, cuando me pongo a pensar mucho en esas cosas que no le cuento a nadie recibo un reproche, la soledad se toma en dosis moderadas y lentas, justo como el café que en exceso provoca ansiedad.
Hace poco escuché risas y mucha habla, escuché cosas que no van ni vienen a mi vida, me escuché a mí cuando perdí interés en escuchar cosas ajenas y no pude explicarme qué hacía ahí.
Es increíble como la realidad te acaba comiendo, no podría decirles tampoco cómo tan a menudo extraño estar solo, sentir ese algo tan desolador que da al ver a grupos juntarse mientras tu bebes en solitario en un ambiente festivo.
También cómo un día después vuelves al mismo sitio con la que llamas tu gente y buscas el menor pretexto para irte a la barra a beber solo, para ver a tu gente desde lejos hasta que algún temeroso del silencio se acerca y te pregunta qué haces solo.
No sé que existe en mí que soy alérgico a la gente, que no soporto por mucho, que no disfruto ni la mitad de mi vida cuando alguien me hace hablar.
Yo adoro el silencio.
Alguna vez leí sobre los autistas sociales, fue entonces cuando me sentí parte de un grupo; fue hasta ese día que creí en la idea esa de que todos pertenecemos a algo.
Hasta ayer volví a sentir el mundo como lo hacía desde niño, con el silencio interrumpido por mi música que suave entra en la escena como un murmullo en medio del caos citadino.
Olí la tierra mojada, vi el cielo gris y el horizonte de piedra tallada en estructuras y edificios claros, sentí la llegada de la lluvia y vi en silencio el caer de la noche tras un continuo y lento arranque de los faros eléctricos.
Ayer recordé porqué hace años reclamaba que me dijeran insensible, yo no soy insensible, soy un magnifico soñador.
Recordé a toda la gente que en mi vida ha intentado hacerme reír.
¿Para qué reír si con la cara que traigo soy feliz?
Quizá la gente se quita el nervio viéndome reír, quizá sonriendo la gente piensa que cumplo con un requisito social que le remite a que la paso bien.
¿Será grosero ser más feliz estando en silencio?
Puede que la verdad de todo es que no tengo algo bueno que decir y que cuando me piden abrir la boca en realidad preferiría llevarla cerrada, que prefiero escribir las palabras a decirlas, que no es que me guste estar solo, pero que disfruto del mundo cuando parece que voy no solo porque me gusta la quietud.
Soy inmutable, pacífico y calmo.
La gente me hace tempestad y entonces la entropía cuenta mi desorden, la teoría del caos cumple su factor de predicción y es seguro que en mí en esos instantes algo no anda bien.
Me gustan las cosas intangibles, los colores en el cielo al atardecer, la luminosidad que da en las calles justo antes de anochecer, esa que hace que parezca que uno está sumergido en el mar.
Me gusta sentir el miedo, la angustia de que los finales se acercan.
Me gustan las cosas que para la gente no existen.
Eso no me hace especial ni raro, eso solo complica explicarme qué es lo que sucede cuando estoy con gente y quiero irme a estar cómodo.
A menudo, sucede que cuando estoy con personas me siento más solo que cuando no estoy con ellos. Me extraño a mí.
Más inexplicable aún me parece que recibir noticias buenas para mí no me ha causado emoción ni júbilo, juro que si hoy me dijeran que soy todo lo que siempre quise y de pronto lo analizara y fuera cierto sería el tipo más apático del mundo.
Detesto estar así, detesto entender eso de que a todos les interesa contar como se sienten aún a costa de que al receptor ese tema no le sea ni del menor interés.
asì o màs incòmodo en la sociedad. x + k trato de explicarme x k no son una gente normal, o que paso en su infancia, si mi tia es totalmente diferente a ustedes, hehe si k es raroOoO.
ResponderEliminarno tiene nada de malo o raro, ni grosero.
ResponderEliminaral contrario, a veces el silencio es un ejercicio duro para acercarse a lo divino, por ejemplo, se ha visto en muchas religiones, o a lo inconcebible, como en el suspenso, a la muerte... etc, etc. El silencio es una práctica compleja, muy compleja.
lo único que quiero señalar es, si no te interesa lo que la gente te cuenta, dilo a tiempo, evita el acto de contar y contar sin ser escuchado, también resulta incómodo.
Y si te extrañas, ve por ti. Abandona a las personas, por ti, en el momento que lo necesites.
es sólo mi opinión... y como acá hay un cuadro para opinar, pues, tuve el impulso, y lo hice.
saludos.
Triste que no sea una persona comun como tu Brenda.
ResponderEliminarSi, tienes razón, no estamos en el mismo canal, lo comparto.
Gracias por leer Susana, tienes razón, tampoco debe ser agradable contar algo a quien no desea escucharlo, comenzaré a practicar eso.
En cuanto al silencio, es dificil ejercerlo, aunque en realidad sea la ausencia de un "algo", por lo que me resulta complicado imaginarlo como una practica.